martes, 17 de julio de 2012




2.3 VÍCTOR MANUEL GARCÍA HERREROS (1894-1954)

Contemporáneo de Ramón Vinyes, ignorado también en los diversos censos de la crítica literaria en Colombia, el cuentista y poeta cartagenero Víctor Manuel García Herreros (1894-1954), director de la revista Caminos, desarrolló también una valiosa labor como traductor y crítico. Al lado de su cuentística, que exige una reedición, cabe destacar un texto crítico de García Herreros “Las letras en Colombia” [12], que constituye, sin duda, un antecedente, tanto por su carácter iconoclasta como por su agudo sentido del humor, del ensayo de García Márquez, “La literatura colombiana, un fraude a la nación”.

Pocas veces en la crítica literaria colombiana, tan dada a la apología agigantada, al disimulo descarado, al bordado bobalicón de palabras primorosas y huecas, al eufemismo eufónico [13], se ha pronunciado una voz crítica tan contundente y argumentada como la de García Herreros, aunque nada prueba que haya sido escuchado.

Al comienzo de su ensayo, García Herreros (1925: 115) caracteriza de manera cáustica la medianía de la literatura colombiana, copiosa pero de poca calidad, por la falta de oficio de sus escritores:

De los americanos de habla española, Colombia es el país que más escribe. Pero no interesa y admira la abundancia, sino la calidad de la producción.
Las actividades humanas, la complicada, inteligente, la fácil, mecánica, exigen estudios previos. Sólo el ejercicio del arte de escribir se cumple en Colombia sin preparación. Para todos, escribir es decir. Al deseoso de medrar, nada tan pronto, tan holgado. Tomar la pluma, convertirse en escritor.
Se explica uno la profusión de artículos anodinos, de editoriales atiborrados de lugares comunes, embutidos de metáforas deslucidas, haraposas. La nave del Estado, el edificio de la República, las sendas del progreso…
Se explica uno que nuestras Revistas literarias se colmen de versos a la amada insensible.
Más adelante, García Herreros, tras un breve repaso por los movimientos poéticos europeos desde el romanticismo hasta el superrealismo, señala el carácter anacrónico de la sensibilidad poética nacional, su parálisis emotiva y eterna en la estación del pasado:

Seamos francos.
Estamos detenidos aún en el romanticismo antiguo, el de los mediocres imitadores de Rousseau.
Lo bello nace de las creaciones del hombre y de la naturaleza. En Colombia permanecemos en la segunda, apreciada con los ojos de Jorge Isaacs versificador de nuestros primeros poetas. Estamos aún en la sensibilité romanesque…
Los motivos se repiten con estúpida frecuencia, sin un rasgo novedoso. No hay una poesía tan atrasada, tan abiertamente reñida con la época, como la poesía de Colombia.
No quieren convencerse nuestros escritores de que la vida se amplía e intensifica para beneficio del arte que de ella se alimenta, de que el presente tiene nuevas visiones de las cosas, de que se descubren “correspondencias”, de que los artistas encuentran nuevas posiciones.
En otro asuntos, modas, legislaciones obreras, interpretaciones del derecho, adquisiciones civiles aprovechamos los adelantos hechos del otro lado del mar. En lo espiritual, no hemos dado un paso. En verdad, es algo extraordinario, que continuemos emocionándonos, como ingenuas e ignorantes modistillas, con las estrofas de viejo sabor.
Siempre la tristeza crepuscular, el amor incorrespondido, la amada ingrata. ¡Oh!.. ¡Hay para estrellar contra el muro estas sandeces diarias, que engañan nuestra espera, desilusionan nuestra fe, roban nuestro tiempo! (p. 119)



Lejos del mar / asaltos 
Víctor Manuel García Herreros 
Colección Literaria Fundación Simón y
Lola Guberek, Medellín, 1985, 96 págs.



La colección literaria de la Fundación Guberek, en los trece volúmenes publicados durante dos años de existencia, ha procurado equilibrar la materia preponderante: poesía con las valiosas reediciones deAmantes, de Gaitán Durán, y los Poemas de la ofensa, de Jaime Jaramillo Escobar, y varios nuevos poetas, con narrativa, periodismo, ensayo y rescates de escritores muertos y completamente desconocidos.
Este último propósito, la resurrección de cadáveres que merezcan el aire de nuestros días, parece el más difícil. Lo que comprende ese acartonado objeto titulado historia de la literatura colombiana es ya de por sí bastante pesado como para pensar que, donde se ha colado tanta basura, se haya quedado por registrar algo siquiera decente.
Creemos que es una excepción a lo dicho el libro motivo de esta reseña. Manuel García Herreros nació en Cartagena en 1894. Su padre, Carlos García Herreros, era santandereano, y su madre, Plácida Núñez, cartagenera de pura cepa, sobrina de don Rafael Núñez. Su nombre aparece entre los colaboradores de Voces, la revista del sabio catalán de García Márquez, y se sabe que trabajó como periodista en El Heraldo, de Barranquilla. En esa ciudad murió, en 1954.
Además de Lejos del mar Asaltos, relatos publicados por la Fundación Guberek, la obra de García Herreros es escasa; don Daniel Samper Ortega recuerda apenas otros tres cuentos; sus títulos hacen intuir la plena justicia que ha ejercido el tiempo sobre ellos: Amor de amores, Inquietud adorable Fecunda inconformidad..
La historia que se cuenta en Lejos del mar es ingenua, simple, fallida y, en este sentido, el relato también es fallido, simple e ingenuo. Lo que interesa aquí es esa agilidad del diálogo, esa conciencia descriptiva de alguien que escribe cuando el cinematógrafo es el furor; esto le da cierta contemporaneidad y cierta frescura al asunto. Lo más interesante de Lejos del mar tiene que ver con fechas, con comparaciones, con analogías: en 1936, don Daniel Samper Ortega incluyó esta novela corta en un volumen de la Biblioteca Aldeana titulado Tres cuentistas jóvenes, junto con obras de José Antonio Osorio Lizarazo y Eduardo Arias Suárez, coetáneos de García Herreros. En el prólogo dice Samper Ortega que Lejos del mar data de 1921, cuando su autor tenía 25 años de edad, tres años antes que La vorágine.Lo interesante con respecto a la famosa novela de Rivera es al mismo tiempo que la identidad de ciertos paisajes físicos, el contraste entre las maneras de abordar la descripción.
Aparte de este valor arqueológico—Lejos del mar como antecedente de La vorágine—, acaso aparte del contrapunto descripción-narración —síntoma del conocimiento de ciertas vanguardias y de la fiebre del cine—. Lejos del mar no tiene ni la frescura, ni el humor, ni el sentido del absurdo, ni la clara contemporaneidad de Asaltos, el otro relato incluido en el libro de la colección Guberek. Aquí si ha habido un auténtico rescate. Es un cuento que parece escrito ayer no más; el tiempo no ha pasado sobre él. Asaltos fue recuperado del número 5 de La Novela Semanal, la revista que dirigió Luis Enrique Osorio a fines de los veinte y comienzos de los treinta.
El absurdo argumento de Asaltos logra momentos verdaderamente hilarantes. Se trata de la historia de un muchacho que siente repentinos e irreprimibles impulsos por robar bigotes. Bigotes. Inevitable pensar en los vanguardistas de los veinte; en Gómez de la Serna, en las Tres inmensas novelas de Vicente Huidobro y Jean Arp. Tulio Ernesto robaba bigotes; y no sólo los robaba, sino que los coleccionaba en un esmerado álbum. Sobre el argumento del libro don Daniel Samper Ortega escribió:  "resulta, pues, en apariencia, un cuentecillo tonto [!], para reír un rato: mas, en el fondo, ¡cuánta verdad, cuánto desencanto, qué amarga filosofía! Los hombres mutilados, que sí han logrado sobresalir del montón lo deben al adminículo superlabial, tornan a su insignificancia, al anonimato de donde salieron, cuando pierden aquellos motivos ornamentales que los distinguen. Asaltos resulta así todo un tratado de historia política, y el lector, olvidado de los bigotes, rememora todos los efímeros atributos que ha conocido en los políticos, que hoy son y mañana no parecen, atributos no menos deleznables que los que Tulio Ernesto cercenaba: el oportunismo del uno, que se ceba en el caído con el ánimo de que en la memoria de las gentes quede flotando con la idea de que a él se debe la caída; el acto de rebeldía sin consecuencias del que ya no tiene interés en no ser rebelde, por haber perdido la esperanza de obtener este o aquel puestecillo diplomático; el discurso altisonante del que edifica el más espantable castillo sobre el copo de espuma de la voluntaria ignorancia de los hechos... todo esto es lo que retrata García Herreros en Asaltos y lo que entiende el que sabe leer entre líneas".

DARÍO JARAMILLO AGUDELO